¿Cual es la Raza de Su Caballo? Print E-mail

 

 



       En esta era de mercados globales hay productos que nos llegan de todos lados del mundo. Generalmente la marca y el país de origen nos sirven para formar una opinión del grado de confianza que los productos pueden ofrecernos en funciones que pueden o no ser bien representadas por los nombres que personifican el producto.

       Hubo un tiempo que tan solo las palabras “Made in USA”, “Solingen, Germany” o “English Porcelain” daban un alto grado de fe en la calidad que los comerciantes ponían a nuestra disposición. Si al lugar de la manufactura le sumábamos los nombres de compañías antiguas de probada reputación, entonces mayor aún era la seguridad que el producto llenaría nuestras expectativas. De hecho hay mucho detrás de un nombre, y no solo para quienes evalúan el producto desde afuera, sino también para alimentar el orgullo de quienes se esmeran en producir con buenos atributos.

       Cuando empecé a interesarme en el Caballo Chileno, asistí a un Champion de Chile donde molesté a quien tuviese a mi lado durante los tres interesantísimos días de competencia. Dentro de las muchas preguntas que hice para tratar de conocer mejor la raza y el deporte del Rodeo Chileno, siempre pedía que me aclararan cómo se llamaba esta raza vaquera con tanta trayectoria “corriendo las vacas”. Para mi asombro, muchos de los espectadores a mi alrededor, que incluso participaban en el rodeo, no estaban seguros de la respuesta oficial. Si uno mira la literatura internacional queda claro que la confusión también existe más allá de nuestras fronteras. Más sorprendente aún es el hecho que en el material impreso en Chile, también hay una inconsistencia en la nomenclatura.

       A mi parecer, si queremos tener una buena identidad de quienes somos, debemos estar seguros y orgullosos de cómo nos llamamos. No importa cuál sea nuestro apellido, el hecho que lo heredáramos significa una historia personal de la cual debemos estar honrados de representar. Hay libros enteros que se dedican a profundizar en el origen de los apellidos que formaron este país y sin duda eso es motivo de halago para quienes sean parte de las generaciones subsiguientes. Irrespectivo de cuándo o de dónde emanan nuestros nombres, lo importante es reconocer que si tenemos razones de enorgullecernos de nuestros antepasados, nunca estaríamos confusos de cómo llamarnos, ni mucho menos pensaríamos cambiar el nombre con el cual se nos identifica.

       Posiblemente porque hay tan poca variedad en las razas que manejan el ganado de Chile, no ha sido tan importante tener claro cuál es el nombre que identifica la raza vaquera que este país orgullosamente formó y registró antes que cualquier otro en América. De hecho las descripciones de caballo: “de trote”, “del país”, “pechero”, “topero”, “chileno”, “corralero” y “criollo”, se han usado como sinónimos a través de distintas etapas de la historia. Incluso en el último siglo se ha hecho uso de todas las combinaciones imaginables de las últimas tres.

       Vale la pena aclarar que la palabra “criollo” originalmente describía humanos de descendencia pura Española que nacían en América. Pero con el pasar del tiempo la palabra cambió a ser usada para describir un pueblo Americano que tenía tal grado de mezcla étnica que las proporciones de su genealogía ya no eran constatables. No solo en Chile, si no en toda Latinoamérica, Brasil y las ex-colonias francesas, las palabras “criollo”, “crioulo” o “creole” llegaron a ser intercambiables con el significado de “nativos de origen no calculable”. Por lo tanto, a diferencia de la raza formalmente registrada como Criollo,  toda América tiene caballos “criollos” con este entender más genérico. Incluso la mayoría de los caballos en zonas rurales se describen de esta manera, sean o no inscritos, porque en ambos casos su origen eventualmente, presentará una incertidumbre. Ser “criollo” enfatiza su evolución a través de más de cinco siglos en América.

       Hasta ahora el enfoque principal sobre el Caballo Chileno se ha hecho al interior de las fronteras de este país. Con la realidad de un mundo que cada día acorta más las distancias, apenas ahora empezamos a darnos cuenta que a grandes rasgos nuestro caballo nacional es un desconocido. Si uno lee las referencias de razas internacionales, en la gran mayoría de ellas no aparece el Caballo Chileno. En los pocos lugares que sí lo hace, tiene la identificación de “Corralero Chileno”, “Criollo Chileno” o simplemente una nota breve dentro de la descripción del “Criollo Argentino”.

       Tengo que admitir con cierta incomodidad que yo colaboré tiempo atrás con esta perplejidad. Cuando empecé a escribir mi libro sobre esta raza y mis conocimientos eran menores, encontré una página Web denominada www.Justacriollo.com creada por un francés Gerard Barre, con quien hemos intercambiado frecuente correspondencia. Como su cibersitio tenía descripciones de la raza Criolla en todos los países transandinos y la sección para el Caballo Chileno estaba vacía, yo me propuse dar a conocer a sus lectores esta maravillosa raza Chilena en inglés, francés y castellano. En ese artículo usé el término “Criollo Chileno” tal como lo había visto en certificados recientemente emitidos por la SNA. Por supuesto esto coincidía favorablemente con el título del portal del Sr. Barre. La cantidad de gente que me contactó a raíz de este escrito, me ha dado mucha satisfacción, por comprobar que se difundió ampliamente la información sobre el Caballo Chileno en el extranjero.  Pero tengo que admitir que no me agrada haber usado un “apellido” que no corresponde a esa orgullosa familia Chilena.

       Desde que llegué al entendimiento que el Caballo Chileno es único en su     formación, en su genealogía, en su pureza, en su criterio de selección y en su antigüedad de registro, no he tenido la menor duda que estamos frente una raza propia de Chile. Así como la raza Criolla tiene una lúcida identificación con las llanuras de las pampas de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay donde reina la cultura gaucha, la raza del Caballo Chileno, por el contrario, se ha formado indiscutiblemente en torno a los valles cordilleranos Chilenos donde no hay otra identidad vaquera que no sea la del “huaso”.  Podría entrar en mucho más detalle para dar positiva justificación que el Caballo Chileno es una raza aparte, pero eso tendrá que ser motivo de otro artículo. Creo que con lo que acabo de señalar es suficiente razón para que la mayoría de los chilenos sientan la responsabilidad de atenerse a un legado que nos fue entregado después de mucho esfuerzo de valiosos antepasados.

       Por mucho tiempo la ciudadanía nacional admitía que sus representantes se  “achicaban” cuando salían fuera del país, sea para competencias deportivas u otros. Hoy, sin embargo es notable la transformación que está pasando en un Chile contemporáneo, con  una economía fuerte, política estable, celebridades internacionales en todos los ámbitos, incluyendo ganadores de Medallas de Oro y primeros “rankings” mundiales. Vamos en un buen camino, pero no hay que olvidar la limitación que en todo sentido significaba menospreciarnos.

       Creo que lo mismo ha pasado con el Caballo Chileno que siempre se valorizó dentro de su patio hasta que hace 50 años el patio se nos agrandó un poco hacia Argentina y Brasil y unos cuantos se percataron de lo apreciado que era el Caballo Chileno cuando salía a competir o reproducir en esas naciones. No obstante la iniciativa en gran parte ha sido a través de  esporádicas actividades de compra y venta, en vez de una política de desarrollo programado de una industria Chilena que promueve su raza con orgullo a nivel internacional. Ustedes se asombrarían de la cantidad de criadores que me han preguntado si realmente el Caballo Chileno puede competir con el Cuarto de Milla. Para ellos la repuesta implica una gran incertidumbre,  aún cuando el Caballo Chileno nos da tantas razones para tenerle confianza.

       Solamente si podemos tener orgullo de nuestra raza, la que fue, la que es y la que será, podremos creer fielmente en ella. Hasta que no lo tengamos, quizás los nombres que usamos para referirnos a ella no tienen mucha importancia. Pero esa increíble vaguedad no es justificable si la contrastamos con la transparencia de las Actas de 1893 que dan inicio al registro del Caballo Chileno. El relato sigue en 1910 cuando la SNA crea una sub-sección de la sección ganadera designada para Criadores de Caballos Chilenos. En 1911 un grupo de 30 criadores se unen para estudiar las formas de promocionar el Caballo Chileno. En 1921 se presenta al mundo el Standard de Raza del Caballo Chileno y en 1930 ese Standard toma forma en una escultura de un Caballo Chileno. En 1937 se publica la primera edición del Stud Book del Caballo Chileno el cual incluye el Standard de la Raza del Caballo Chileno para todo público. En 1946 la Asociación de Criadores de Caballos Chilenos es creada como una entidad independiente de la SNA. Más tarde el nombre se cambiará a la Federación de Criadores de Caballos Chilenos. En 1961 se forma la Federación del Rodeo Chileno y poco tiempo después se estipula que los participantes sólo pueden competir en Caballos Chilenos inscritos. En fin, eso solamente es una fracción de la evidencia que no deja duda de cómo se llama la raza que nos une.

       Creo que es obvio que no estamos frente a una raza de trote, del país, corralera o criolla. El nombre que enorgulleció a Raimundo Valdez, Diego Vial, Alberto y Luís Correa,  Ramón Ibáñez, Liborio y José Manuel Larraín, Vicente Correa, José y Miguel Letelier, Francisco Barros, Benjamín Huidobro, Francisco A. Encina, Uldaricio Prado y un sin fin de personas anónimas que también participaron en formalizar esta raza que viene moldeándose por 464 años en estas tierras del oeste de los Andes con una cultura, topografía y etnia propia, es el CABALLO CHILENO.

       La próxima vez que miren el anuario de la Federación de Criadores de Caballos Chilenos y vean un sello en la tapa que dice Federación de Criadores de Caballos Criollos Chilenos tómense la molestia que preguntar porqué este sello no coincide con el nombre de la organización. La próxima vez que haya un ejemplar que gane el Campeonato Nacional de Rienda y no reconozcan parte de su pedigree, o dónde fue registrado, pregúntense porqué no se dio a conocer como un Caballo Criollo nacido, criado y entrenado en Argentina. Lo anterior se presta para confusión sobre el tipo de campeonato en que se está participando, o contra quién se está compitiendo. La próxima vez (y ojalá no haya una próxima vez nunca más) que alguien reciba un certificado de registro que se titule “Caballo Criollo Chileno” espero que exijan una explicación, porque esa no es la raza que se viene criando en Chile desde antes que cualquier otra nación siquiera soñara en formalizar una raza vaquera.

       El Caballo Chileno es una parte muy importante de la historia de esta nación. Mi intención no es disminuir otras razas de origen Ibérico en América que tienen excelentes méritos para el objetivo que fueron seleccionadas. Nuestros amigos transandinos han hecho una envidiable labor de selección en menor tiempo para el fin que les es importante y me quito el sombrero respetuosamente ante esos hechos. Pero tampoco hay que olvidar que el Caballo Chileno no está en segundo lugar de ninguna otra raza del mundo respecto a los propósitos para lo cual ella fue seleccionada.

       El Caballo Chileno es una de las pocas “verdaderas razas” que quedan en el mundo; y como tal, ha sido consistentemente seleccionada como tipo único.  A la vez que ha mantenido su pureza, se ha especializado en una función específica dentro de un medio ambiente dentro del cuál ha probado ser el más apto. El singular hecho de ser la raza vaquera más antigua de América es suficiente justificación para guardar su pureza y realzar su identidad. Por otra parte, por ser una casta caballar que todavía se apega a la definición clásica de “una raza”, es otra razón de peso para no permitir que se promueva como parte de una raza foránea constituida después de la nuestra, porque simplemente no lo es.

       Un nombre implica muchas cosas personales. No se trata que un González sea mejor que un Smith, o un Smith mejor que un Krauss, o un Krauss mejor que un Nakasani. Todos tenemos razón de hacerle honra a nuestro nombre y nuestro historial propio. Pero si ese nombre esta lleno de méritos sobresalientes, creo que es insensato pensar en cambiarlo o substituirlo simultáneamente por otro.

       Tenemos en nuestras manos un “Made in Chile” que es un ejemplo centenario de la calidad que cada día este país ejemplariza más. Ese logro no pertenece solamente a la actualidad, si no que es producto de muchas generaciones visionarias. La mejor visión que puede tener nuestra generación, es saber apreciar e introducir el Caballo Chileno en el mundo para que al igual que el cobre, el salmón, el vino o la fruta, éste sea otra asociación automática con el nombre de esta gran nación.

       Es hora que todos los chilenos tengan bien establecido cuál es el caballo de este país y que se enorgullezcan cuando tengan que identificarlo como CABALLO CHILENO. No hay otro igual y no tenemos que disculparnos ante nadie por usar el nombre que corresponde.

Hasta la próxima

 

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