Aprendiendo del Glorioso Andaluz, Ausente en el Pasado del Caballo Chileno Print E-mail

 


 

       Repetidamente la raza Andaluza (o Pura Raza Española o P.R.E. como es referida correctamente en España) recibe los créditos por considerarse el principal gestor de los orígenes de los caballos que se desarrollaron en Latinoamérica. Aunque es razón de mucho orgullo poder asociar el Caballo Chileno con una raza de tanto prestigio en la historia hipológica mundial, la realidad es que en el mejor de los casos, su papel en la formación de las razas nativas de nuestro hemisferio fue mínimo.

        Por lo general, quienes ignoran la realidad de España tienden a pensar que en ese país solo se habla castellano, que todo el mundo come paella, que el baile popular del pueblo es el flamenco y que todos sus caballos son Andaluces. Si bien esto denota que estamos más familiarizados con ciertos estereotipos, ignoramos las grandes diferencias regionales que han sido producto, en gran parte, de una compleja influencia de múltiples invasiones a la Península Ibérica.

       La genealogía caballar en el sur de la península tiene una fuerte influencia de las sangres Sorraia y Berberisca que se han influenciado mutuamente a través de los tiempos.  Por el contrario, las tierras del norte tuvieron mucho más intervención de los caballos europeos como el pony Celta, el caballo Camargués y las razas nórdicas que introdujeron los Bárbaros.

        El hecho de que hagamos una fuerte asociación entre la Madre Patria y los moros, refuerza la equívoca idea que esta cultura africana tuvo un rol importante en la formación del supuesto “caballo Andaluz” que Colón y los subsiguientes conquistadores  trajeron al Nuevo Mundo. Sin embargo, debemos reconocer que en los 780 años de ocupación berebér, no hubo una continuidad de mando, ni estrategia de gobierno para los territorios conquistados. En realidad durante ese tiempo hubo ocho distintos califatos y ninguno de ellos solía llamarse “moro”, término genérico español que conlleva algo de desprecio. El hecho es que con todos estos regímenes distintos, cada cual con una serie de líderes y cada uno con sus preferencias particulares, nunca hubo un intento de propagar un tipo específico de caballo.

       Así como los líderes islámicos se referían a la cambiante configuración de sus tierras conquistadas en la Península Ibérica como Al Andaluz, también aludían a sus diversas clases de caballos como Andalusí. No obstante, este término no implicaba un concepto de raza, ni siquiera de un tipo de caballo común dentro del inconsistente mandato durante esos más de siete siglos de dominio. A diferencia de la cultura beduina que celosamente cuidaba la pureza de sus líneas maternas que eran memorizadas para traspaso generacional, la cultura de los bereberes tiene una larga historia de cruzamientos con equinos foráneos con el objeto de mejorar sus caballos guerreros.

       El Andalusí como término genérico se usó para identificar los caballos más chicos y livianos que eran de preferencia de los pueblos originarios del norte de África.  Por el contrario, los caballos Ibéricos se tornaron macizos y pesados bajo el dominio Bárbaro que coincidió con las tendencias medievales europeas de la época. Posteriormente, durante el control Islámico, el término Andalusí también se usó para diferenciar el caballo del sur de la península con los ejemplares del norte. Estos últimos eran tipos adaptados a climas fríos y montañosos, más rústicos y generalmente con aires de ambladura mucho más suaves. Los equinos del norte se asociaban con los múltiples reinados que se fueron formando durante los siete siglos de paulatina reconquista hispana, a partir de la famosa Batalla de Covadonga en el año 718 d.C., cuando Pelayo, un noble visigodo, inicia la recuperación de la Península Ibérica.

       Tan orgullosos estaban los reinos del norte de sus caballos, que en 1462 el Rey Enrique prohibió el cruce de potros tipo Andalusí con yeguas o burras. No obstante cuando la reconquista avanzó a las tierras mas llanas y cálidas del sur, los reinos del norte llegaron a apreciar el valor del caballo tipo Andalusí para las caballerías ligeras que trabajaban los flancos de la batalla mientras sus fuertes caballos Castellanos hacían un ancho frente infranqueable ante el enemigo. De hecho, cuando el Rey Fernando efectúa el último choque con las fuerzas del rey Islámico Boabdil en Granada, la mitad de sus caballos seguían siendo sus rústicos ejemplares de ambladura que ya se encontraban lejos de las tierras donde eran más apreciados. 

       Es importante que nos demos cuenta que tan solo un año antes que Cristóbal Colón llevase los primeros caballos a “las Indias”,  gran cantidad de equinos del norte de la península se encontraban en tierras sureñas ajenas donde eran subestimados. Sin embargo, a pesar que las nuevas tácticas de guerra utilizaban armas de fuego que requerían caballos de mayor agilidad, los Reyes Católicos apreciaban la valentía y rusticidad del caballo originario de sus tierras nativas. No hay que olvidar que la Reina de Castilla era conocida como una de las mejores jinetas de sangre real de todos los tiempos. Al ser ella quién dispuso de sus fondos personales para las aventuras del Almirante Colón, la consideración del caballo del norte para la travesía oceánica habría contado con  su confianza  y aprobación. No es de extrañar que en los viajes trasatlánticos estos caballos de devaluada apreciación internacional serían los candidatos más lógicos y económicos para efectuar las arriesgadas travesías que implicaban un 30% a 50% de mortandad previo a su arribo.

       Es conocido que cuando la aristocracia musulmana abandonó la península después de la reconquista, llevó consigo sus mejores caballos. Algunos mudéjares que intentaron incorporarse a la recientemente formada sociedad Española fueron víctimas de persecuciones que causaron emigraciones al norte de África con sus bienes materiales y caballares. Lo que quedó atrás en el nuevo reinado español no tenía ninguna homogeneidad caballar. La triste realidad demostraba la influencia de los equinos Celtas; Sorraianos; Camargueses; Dongolanos; viejos Numidianos; Berberiscos antiguos y aquellos mejorados con Árabe; caballos germánicos; escandinavos; prusianos y estonianos; caballos pesados de los Países Bajos; caballos overos ingleses de coche; Garranos, Fieldones, Mesteños, Castellanos, y una variedad de tipos Andalusíes. En fin, era una colección de distintas estirpes informales e infinitas mezclas entre ellos; muchos siendo diversas clases de “jacas” de baja estatura. Todo esto se complicaba aún más por la creciente popularidad de cruzar yeguas con burros para la producción de la más mercadeable mula, las cuales no eran confiscadas por los gobernantes en momentos de guerra.

       ¿Por qué no menciono el caballo Andaluz dentro de las razas que se transportaban al Nuevo Mundo? La razón es muy sencilla: la raza no existía aún!! Es cierto que muchos historiadores del momento y colegas poco estudiosos posteriores han hecho mención que el antecesor del caballo de América es el Andaluz. Los pioneros observadores de la historia no erraron su apreciación, ya que en esa época el concepto de una raza pura no existía. Más bien los animales se identificaban por su lugar de origen donde podía o no haber una genealogía homogénea. Como los barcos que partieron para América salieron de puertos Andaluces, los historiadores del momento tenían razón al llamar a los caballos “Andaluces”. 

       Pero con el pasar el tiempo la creación de razas puras en la producción animal llevaron a denominarlos por su identificación racial. Bajo esa nueva definición el uso del nombre de acuerdo a su origen, constituyó un grave error, que fue asimilado por los lectores contemporáneos. La repetición de este mal entendido, ha provocado la aceptación equívoca del papel del Andaluz como raza fundadora de los caballos de las Américas.

       Aún cuando la raza Andaluza todavía no existía, los Reyes Católicos percibieron que para consagrar la unión de su reino el papel de todos los caballos españoles era importante. En 1499 ellos establecen un decreto mediante el cual estipulan que cualquier persona que exporte caballos de España tendrá una pena que implicaba desde la pérdida de todos sus bienes, hasta la muerte. En 1534 el Rey Carlos I era más tajante aún cuando dictó leyes que prohibían el traspaso foráneo de caballos por vía de testamentos o donaciones. Estaba clarísimo que los caballos que se enviaran de España a América solo serían por orden de la corona Española. Aún estos permisos excepcionales eran pocos, ya que la política específicamente apuntaba a la propagación de los caballos en los centros de reproducción del Nuevo Mundo.


El Rey Felipe II


Vista externa de los establos de la Yeguada Real de Córdoba


Vista interior
de los establos


       Es importante tomar nota que el comienzo de la verdadera raza Andaluza no nace como idea hasta 1567. Ésta se inició cuando el Rey Felipe II decide crear la “raza perfecta”
en la Yeguada Real de Córdoba, muy cerca de los terrenos donde el famoso musulmán Almanzor tuvo su admirable

criadero de Berberiscos de guerra en Alamiria. Los primeros registros de caballos seleccionados para el proyecto real no empezaron hasta 1579 y los objetivos de la raza no se completaron hasta fines del siglo XVI.

       Originalmente se estipuló que el proyecto empezaría con 1200 yeguas de cría, pero el número tuvo que reducirse a 800 debido a la falta de buenas candidatas que llenaban las exigencias estipuladas. Este hecho denota la gran variabilidad y poca calidad que había en la población equina a través de toda España y a su vez indica la falta de iniciativa por homogenizar el inventario caballar en los previos 75 años de existencia de la corona. Eventualmente, sólo las mejores 500 yeguas se mantuvieron en el proyecto. En 1593 presiones económicas redujeron aún más su un número a 400 yeguas, pero para ese entonces el sello racial estaba bastante fijado.

       Desde el inicio de este proyecto el rey asignó a Diego López de Haro como Gobernador de la Raza. Juiciosamente este dotado hipólogo llenó las altas expectativas del rey en moldear una raza privilegiada entre 1567 y 1599. Después, los objetivos de la Yeguada Real de Córdoba quedaron en manos de Juan Jerónimo Tinti y Alonso Carrillo Lasso. A éstos siguió una larga lista de descendientes de Diego López de Haro debido a un decreto que estableció que este puesto fuese heredado por familiares del primer Gobernador de la Raza, a quién deseaban honrar por la excelencia de su trabajo.

       Las características morfológicas que seleccionaba el Gobernador López de Haro son similares a muchos objetivos soñados desde que el hombre ha iniciado su relación simbiótica con el caballo. Pero debido a que esta raza se estaba creando en gran parte para el uso del Rey, su familia y amistades, se le dio mucho más importancia a un temperamento confiable y noble. Es por esta razón que se estipuló una fuerte preferencia por los caballos tordillos.

       En la Yeguada Real de Córdoba se pensaba que el pelaje de los caballos se relacionaba con su temperamento. El color tordillo se asoció con un carácter más noble y por esto hubo una fuerte selección para esta capa de pelo. Ya hacia 1765 el 73% de los Andaluces eran tordillos; mientras que el resto de la población equina en España era 93% colorados y negros. No fue hasta que la genealogía de Córdoba se hizo accesible al resto del país que el pelaje tordillo se convirtió en el dominante de toda la raza Andaluza.

       Otros contribuyentes como el padrillo Esclavo, fundador de la estirpe Zamorana, también intervinieron en la propagación del gene tordillo; sin embargo hubo otros famosos criaderos como “La Cartuja” que sólo tuvo una incidencia de un 5% de tordillos previo a su acceso al linaje de la Yeguada Real de Córdoba en 1747. 

       Considerando la fama mundial de este criadero, que se inició en un monasterio y que hoy día es un 

 

patrimonio nacional manejado por el estado, demuestra los muchos años de reserva que tuvieron los reyes españoles con su privada colección caballar.Debido a los resultados sobresalientes de los caballos reales, los ejemplares de esta institución no tuvieron comparación en su época. Cualquier ejemplar eliminado del proyecto real era muy apetecido entre todos los criadores comerciales de la raza en Europa. A medida que las sangres de Córdoba se hicieron adquiribles, otros criadores empezaron a obtener reconocimiento por sus productos y esto no sucedió en la afamada zona de Jerez de la Frontera hasta el siglo XVIII. No fue hasta 1768 que el Rey Carlos III ofrecería los primeros sementales seleccionados para mejorar las caballadas de León, Castilla la Vieja y La Mancha. Finalmente en 1799, el Rey Carlos IV extendió el privilegio a todo el reinado para tener acceso a las sangres que por más de dos siglos habían sido de uso exclusivo del programa real.

       Hay quienes estipulan que la raza Lipizana es representativa de cómo eran los Andaluces en el siglo XVI. Esta conclusión se hace porque el programa de reproducción del Caballo Español se comenzó en 1580 en la región de Karst en Yugoslavia, cuando la raza Andaluza todavía no se consolidaba. Se dice que los primeros 9 padrillos y 24 yeguas que se importaron de España sirvieron para mantener viva la reconocida estirpe Andaluza de los Guzmán y Valenzuela. No obstante, es debatido si en verdad ésta es una línea creada por Don Luis Manrique o si realmente es sangre que regresa a la crianza Real de Córdoba donde hay una inusual coincidencia de nombres con la creencia popular sobre del origen de esta gran familia caballar. Es posible que la política intransigente de exclusividad real haya creado la necesidad de una historia ficticia para explicar un origen distinto de esta estirpe que no debió salir de Córdoba. Cualquiera que sea la verdad, no se puede negar que esta sangre era apreciada en la época de formación de la raza Andaluza.

       Una larga historia de revueltas políticas forzó la mudanza del criadero Lipizano desde Yugoslavia a Hungría, Bohemia y eventualmente Austria, donde todavía permanecen hoy día. A través de su larga historia como raza los Lipizanos han tenido influencia de sangre Napolitana, Polesina, Kladruber y Árabe. Las primeras tres razas tienen bastante de Andaluz en su formación, por lo cuál, aunque la genealogía ha sufrido algunas alteraciones, esencialmente sigue siendo una raza con gran porcentaje de Andaluz. Por más que admiremos el fenotipo de la raza Lipizana, su conformación está lejos de ser parecida a una raza americana de origen ibérico.

       En realidad hubo una época en que el Andaluz se consideraba la gran raza equina mejoradora del mundo. Tuvo un rol muy importante en la formación del Trotón de Orlaff, el Kladruber, el Mecklemberg, el Oldemburger, y los Hosteiners. La popularidad de esta raza con la elite de la sociedad europea e inglesa en particular,  estableció al Andaluz como una base sólida para la raza Fina Sangre Inglés. Muchas de las yeguas más veloces de esta raza entraron en los primeros registros del Jockey Club Inglés cuando se cruzaron con potros fundadores de origen “oriental” (árabe, berberisco y turco). Una vez más, cabe observar que ninguna de las razas antes mencionadas tiene similitud morfológica con las razas americanas de origen ibérico.

Trotón de OrlaffKladruber
MecklembergOldemburger
HosteinersBarb Horse

       Creo que es fácil de concluir que los valiosos caballos reales difícilmente serían escogidos para hacer un viaje arriesgado a América.  Por otro lado creo que también queda establecido que los excelentes caballos mencionados por historiadores para exportaciones al Nuevo Mundo en los primeros 250 años de colonización, ciertamente no eran de “raza” Andaluza. Esto no niega la calidad de la producción privada de Berberiscos Españoles (así solían llamarse los caballos tipo Andalusí después de la formación de la corona Española), Fieldones, Mesteños y Castellanos de excelencia. 

       Lo que tenemos que entender plenamente es que los muchos atributos como docilidad, inteligencia, facilidad de reunión, etc. que se asocian con la raza Andaluza, no eran producto de méritos místicos producidos al azar en un mundo de maravillas en la Península Ibérica. Por el contrario, el caballo Andaluz es el producto final de un esfuerzo muy bien planificado de una de las razas más maravillosas concebidas por el hombre. Los 232 años que estuvo funcionando la Yeguada Real de Córdoba, ejemplarizó lo que puede lograrse cuando existe una amplia colección de animales de calidad y registros meticulosos.  Estos dan oportunidad para hacer selección rigurosa empleando un solo criterio para juzgar el sello racial, aptitudes funcionales y parámetros sicológicos deseables. Es fácil reafirmar que este proyecto equino no tuvo precedente en su época, e incluso hay bastante justificación para opinar que también es un logro a lo largo de toda la historia.

       Hay varios puntos que quisiera que aprendiéramos de este relato. Lo primero es que dejemos de hacernos la ilusión que nuestro Caballo Chileno tiene raíces reales de la gloriosa raza Andaluza. A mi también me entusiasmaría que fuese así, pero más me importa que seamos conocedores de nuestra propia realidad. Sí creo que es valioso que nos fijemos en el orgullo del español por su raza nacional y como éste ha llevado a difundir su raza a través del mundo. Ojalá que nosotros nos motivemos para hacer lo mismo con nuestra raza que también tiene grandes méritos en su historia.

        Así como el Andaluz se considera la raza más antigua con aptitudes para alta escuela, nosotros también podemos estar orgullosos de que el Caballo Chileno es la raza Americana más antigua con capacidades vaqueras. La comparación es válida porque el adiestramiento olímpico ha diferido las exigencias de la vieja escuela barroca donde dominaban los genes de la raza Andaluza, para dar cabida a otras razas europeas con aptitudes distintas. Así mismo, es importante que los criadores de Caballos Chilenos no olviden que sus raíces están en el Rodeo Chileno donde siempre debe asentarse su selección, aún cuando junto a otras razas de distinto fenotipo podrá competir en la rienda Olímpica como una alternativa secundaria.

       A las razas más nuevas les conviene probar diversos objetivos funcionales con el fin de mostrar que su heterogénea genealogía es competitiva para diversas disciplinas. Pero si bien estoy convencido de la versatilidad que puede tener el Caballo Chileno para otros propósitos personales y familiares, es importante que nunca perdamos nuestro “norte” que ha sido la justificación de su existencia por mas años que cualquier otra raza vaquera en nuestro hemisferio. 

       La popularidad de eventos va y viene; incluso cambian con el tiempo. Pero una raza de gran tradición con una función especializada tiene una fuerte responsabilidad por los años que lo anteceden. No olvidemos que lo nuestro no empieza con los registros de 1893 sino con los esfuerzos concientes de monseñor Rodrigo González Marmolejo en 1543.  Posteriormente se da un salto importante en 1777 cuando se inicia el archivo particular de datos genealógicos de los caballos de las haciendas Principal y Catemu pertenecientes a la familia García Huidobro. Esto es seguido por la magia de la selección y excelente crianza de Pedro de la Cuevas que culmina en el prototipo ideal de la raza con nacimiento del gran Bayo León en 1858.  

       Amigos fanáticos del Caballo Chileno, mi anhelo es que se entienda cabalmente que aquí estamos hablando de palabras mayores y que se considere el tremendo valor que tienen estos hechos!

       Esto lleva a mi última observación sobre lo que podemos aprender de la trayectoria Andaluza. Hoy día hay un sin numero de criadores Andaluces de diversas categoría a través de toda España. Sin embargo el famoso criadero La Cartuja es un proyecto estatal que recibe miles de turistas nacionales e internacionales para promover esta gran raza. Simultáneamente este criadero se esmera en usar grandes líneas tradicionales de la raza, coadyuvándose con toda la tecnología al alcance de nuestros tiempos para producir un ejemplar Andaluz que no pierda el rumbo responsable de la raza. No solo es una fuente de genes importantes que merecen preservarse, pero similar a los logros de la Yeguada Real de Córdoba, mantiene un rumbo con solidaridad de criterios.  Sus propósitos no sólo aseguran el progreso de este establecimiento gubernamental, si no también el de la raza entera que tiene acceso a su privilegiada genealogía.

       El compromiso del estado español con este patrimonio nacional no termina con la crianza. En Jerez de la Frontera, fondos del gobierno español han construido una bella sede para la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre que contribuye diariamente a enriquecer la cultura de su país. La concurrencia de los mejores jinetes de adiestramiento barroco de España, junto a estudiantes internacionales que se incorporan en un plan de aprendizaje, constituye un grupo dedicado de caballeristas.

Un hermoso afiche de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre
       En este majestuoso edificio se exhibe la raza, desde sus inmaculados establos hasta las impactantes presentaciones profesionales observadas por miles de espectadores al año. Competir en una función equina con la finalidad de ganar, es un deporte. Pero exhibir caballos aspirando al perfeccionamiento de la relación equitacional, es un arte.

       Mi inquietud es, ¿qué tanto reconocemos los meritos únicos que podemos alabar del emblema caballar de nuestra nación? ¿estamos convencidos de sus logros? ¿estamos orgullosos de los esfuerzos de nuestros antepasados? ¿entendemos lo que significa la responsabilidad de ser la raza primogénita en el ámbito vaquero de América?  ¿velamos por conservar las sangres que forman parte de nuestro admirable árbol genealógico? ¿luchamos por perfeccionar nuestra equitación nativa? ¿buscamos educar a nuestra juventud del sobresaliente pasado de la raza del Caballo Chileno? ¿motivamos a nuestros compatriotas a sentir el mismo orgullo por el Caballo Chileno que nos causa la canción “Si Vas Para Chile”, el ondear de la bandera chilena, o las nevadas montañas de los Andes?

       No necesitamos que nuestros caballos sean descendientes de Andaluces  para sentirnos orgullosos de ellos. Aquí en esta pequeña patria, que cada día se hace más grande por sus logros y reconocimientos, hay un actor principal en nuestra historia Chilena que está en el olvido. Difícilmente podemos pedir a nuestros dirigentes nacionales que contemplen centros gubernamentales de crianza o escenarios gloriosos para demostrar las maravillas artísticas de nuestros caballos y jinetes nacionales, si nosotros los que estamos involucrados con ellos a diario, no nos creemos el cuento.

       Qué imagen damos a los líderes del país cuando queremos incorporar el Caballo Chileno a otra raza ajena, despreciando su origen más antiguo y mayor pureza? Qué le contestamos a los que nos visitan cuando reclaman no haber visto el Caballo Chileno en los textos de Razas Caballares? Qué ejemplo le estamos dando a las futuras generaciones cuando implementamos soluciones de dobles registros con dos nombres distintos para una sola raza? O somos Chileno, o somos Criollo, pero el que camina por encima de la cerca nunca queda del todo bien con ninguno de los dos lados.

       La raza Andaluza, o Pura Raza Española como se debiera llamar, es una GRAN raza con un lindo acontecer dentro de la historia caballar de Europa. Pero tenemos que sostener nuestras frentes en alto al darnos cuenta que nuestro “caballito de batalla” que prácticamente ha sido el único protagonista en la caballada de este país, realmente es igual de especial.  Sé que a veces nos dificulta evaluarlo como se merece cuando a diario vemos al “huasito” cabalgando a la esquina para comprar las marraquetas para el almuerzo; o vemos al Caballo Chileno arando una tierra con un apero casero hecho de pedazos de neumático; o cuando pasamos a una familia entera transportada en una carreta de un solo eje jalado por el fiel amigo que también “corre las vacas” durante el fin de semana.

       Pero ese es nuestro Chile, y el hecho que somos capaces de tocar las nubes y plantear los pies firmemente en la tierra al mismo tiempo, es motivo de una valiosa y modesta satisfacción. El “Chino” Ríos no tenía la pinta de Boris Becker, Bjon Borg, Jimmy Connors o Roger Federer, pero también llegó a ser numero uno del mundo. Lo triste es que hubiera tenido esa capacidad y todos le hubiéramos mirado en menos, limitándolo a jugar en el court central de Viña del Mar, o peor aún, cambiando su nacionalidad a la de argentino esperanzados en que agarrado de la cola de los trasandinos lo llevaría a un mayor reconocimiento.

       Espero que mi intento por empezar a aclarar la compleja narración de los orígenes de los caballos de América (que por cierto requiere mucho más espacio literario) no disminuya en lo más mínimo el aprecio que debemos tener de nuestra raza nacional. Por el contrario, mi esperanza es que el ejemplo de la forma en que se desarrolló la raza Andaluza nos sirva para darnos cuenta de lo mucho que se puede lograr cuando un pueblo se para firmemente detrás de una raza caballar que tiene los méritos para ser un ícono más de nuestra patria. El Caballo Chileno no merece menos!!

 

Hasta la próxima

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